De la solidaridad en un mundo con Coronavirus
Foto: Ivonne Figueroa
Hace unos días me topé con este artículo publicado en el 2020 cuando se daba inicio a uno de los mecanismos de control social y sanitarios más estrictos de los últimos 100 años si se puede considerar el impacto que tuvo la gripe española en 1918. Han pasado alrededor de 1 año y medio y más pandemias y mutaciones se han dado del virus. Vale la pena releer y darnos cuenta que tanto hemos cambiado desde ese inicial 2020 a la fecha, sin dejar de considerar que más pandemias pueden estar a la vuelta de la esquina, pero peor aún! los efectos del El Cambio Climático.
En
1972 los afamados microbiólogos Macfarlane Burnet y David O. White predijeron
que “el futuro de las enfermedades infecciosas sería muy aburrido”. Imaginando
que estas palabras estarían situadas en un contexto en cómo la humanidad había
tratado las diferentes enfermedades a lo largo de la historia y en la cual
muchas seguían estando presentes matando más personas en el mundo, que la
actual pandemia. Los tiempos han cambiado, desde el herpes, la enfermedad del
legionario, el surgimiento del SIDA, el Ébola, el Síndrome respiratorio agudo
severo (SARS), el Síndrome respiratorio de medio oriente (MERS), hasta la
actualidad con el SARS-CoV-2 (Covid-19). ¿Será que hemos aprendido algo como
sociedad global?
El
historiador y especialista en historia de la medicina, Charles Rosenberg,
citado por David Jones en un artículo publicado el 12 de marzo en The New
England Journal of Medicine, menciona que el desarrollo de un brote epidémico
se asemeja mucho a como se desarrollan los dramas sociales, éste inspirándose en
la obra “la Peste” de Albert Camus, menciona que estos dramas estarían
desarrollados en tres actos. Para Rosenberg, el primer acto es “la negación” ya
sea que está influenciada por un fuerte deseo de tranquilidad o una necesidad
de proteger los intereses económicos, los ciudadanos ignoran las pistas de que
algo está mal hasta que la aceleración de la enfermedad y muerte obliga a un
reconocimiento. El segundo acto es el “reconocimiento del problema”, en donde
las personas exigen y ofrecen explicaciones, tanto mecanicistas como morales.
La explicación a su vez, generan respuestas públicas. Esto nos lleva a un
tercer acto en donde las consecuencias son hasta más dramáticas y perturbadoras
como la enfermedad misma.
Por
otro lado, escritores como William Ospina nos invitan a compartir la
curiosidad, el miedo y la fragilidad como humanos que somos, contemplar que no
somos eternos y que no somos poderosos, aunque así nos lo hagan creer. El
filósofo y crítico antisistémico Slavoj Zizek identifica estos momentos cruciales
como la expansión de los virus ideológicos que estarían latentes en nuestras sociedades,
por ejemplo: noticias falsas, teorías conspirativas y explosiones de racismo. Siendo
que este virus estaría sacando a flote el valor profundo que se ve arraigado en
muchas de nuestras sociedades, posiblemente la bonhomía social en la que
estamos nos mantenga distante de muchas situaciones problemáticas, pero no nos
salvará de nosotros mismos.
Las
epidemias eventualmente se resuelven ya sea sucumbiendo a la acción social o
agotando el número de víctimas susceptibles. David Jones menciona al igual que
Zizek que las epidemias estarían demostrando la verdadera humanidad (sin entrar
en los conflictos malthusianos), en donde estarían presionando a las sociedades
que atacan haciendo visibles las estructuras latentes que de otra manera no
serían evidentes o que sabemos que existen, pero las ignoramos. Con las
epidemias buscamos culpables creando un discurso que explota las divisiones
sociales existentes y las fobias, luego tenemos el control social por parte de
los gobiernos que despliegan toda su autoridad generalmente de personas con
poder y privilegios sobre personas sin poder ni privilegios, que alimentan mucho
más el conflicto social.
Dos
aspectos familiares de las respuestas a las epidemias son especialmente
desalentadores; primero, la estigmatización que sigue de cerca a cada patógeno,
la hostilidad recurrente hacia las personas de nacionalidades donde se originan
los brotes, por ejemplo, en 1900 con el surgimiento del brote de peste en San
Francisco o con el SARS en 2003 o hoy en día, el sentimiento anti-china se
exponencia. En segundo lugar, la discriminación y estigmatización hacia el
personal de salud que arriesgan su vida frecuentemente para tratar de salvarnos.
El
primer frente de vulnerabilidad no son únicamente las personas adultos mayores,
también son las personas sin techo, los desvalidos, los que históricamente han
sido desplazados de la sociedad, los indeseados socialmente, los que carecen de
agua 24 horas al día, los que no pueden comprar productos de limpieza, o
simplemente no pueden abandonar su trabajo informal porque ese día no comen, en
Panamá la informalidad es de alrededor del 46%.
La historia ciertamente proporciona una letanía de epidemias, de peste, viruela, sarampión, cólera, influenza, enfermedad del virus de Marburg y el síndrome respiratorio del Medio Oriente. Pero las epidemias catastróficas que matan a millones han sido extremadamente inusuales, y solo unas pocas ocurrieron en el último milenio. ¿Estamos ahora en uno de esos raros momentos, enfrentando a un patógeno con la combinación correcta? (¿equivocada?).
De contagio y virulencia, con sociedades que proporcionan el contacto humano-animal requerido, el hacinamiento urbano, los viajes globales, ¿y poblaciones estresadas por la creciente desigualdad social? Dada la rareza histórica de las epidemias catastróficas, una tormenta tan perfecta debe ser poco probable, pero es lamentablemente una posibilidad.
Nos tocará vivir con este nuevo virus, lo besos, abrazos apretones de manos, así como una simple reunión de amigos van a mutar drásticamente, el ser humano en su inventiva tendrá que reeducarse y quizás aprender que en las pequeñeces están los mayores problemas, pero también las mayores virtudes como humanidad.
Publicado originalmente en la Revista Iberoamérica Social
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