Confianza electoral en tiempos de crisis



Cuándo nos referimos a la confianza electoral, ¿qué aspectos deberíamos tener en cuenta? ¿a que llamamos “confianza electoral” y “crisis política1”? Para empezar, habría que considerar que, en los últimos años las “crisis” han sido muchas, trayendo como consecuencia que los sistemas políticos y, sobre todo, las decisiones electorales en muchos países se hayan visto alteradas por esta pérdida de confianza. La cual legitima o deslegitima el poder institucional, siendo que “todo sistema social convenientemente institucionalizado necesita legitimarse para sobrevivir” (Romero, 1985, p. 177).

Esta crisis de legitimidad está asociada a los altos niveles de desconfianza, e insatisfacción en relación con las instituciones políticas y las democracias, la construcción de los conceptos de “crisis económicas”, “crisis de legitimidad” o “crisis social” tiene que ver con “procesos de carácter históricos (Romero, 1985, p.179). Más que procesos aislados, y que son acumulativos en cuando a desgaste de credibilidad política, una crisis de legitimidad es una crisis de creencias, según Weber, el cual “indicaba que cuando un cuerpo social institucionalizado entra en crisis, es porque ha entrado en crisis la creencia que se tenía hacia ella como estructura institucional” (Romero, 1985, p. 181).

Podemos considerar que el rosario de promesas políticas incumplidas, así como la corrupción en el sector público, serían dos de los principales elementos que integran esta sensación de vacío de representatividad y sobre todo desconfianza en las figuras políticas, de igual forma en la afectación del electorado hacia la emisión del voto y la participación en la vida política.

Son consecuencias que surgen del sentimiento de desconfianza y poca animosidad en cuanto a las cuestiones políticas por parte de jóvenes que se encuentran “desidentificados” (Paramio, 1999, p. 3). Esta desidentificación que menciona Paramio, hace parte de un desalineamiento de las masas posterior a la década de los años setenta, con las consecuencias que traían las transformaciones de la década, la guerra de Vietnam, la crisis del petróleo, la caída del modelo de bienestar entre otras cosas hizo que se diera un incremento en cuanto a la sensación de inestabilidad política y social de forma generalizada. Se da un cambio en la orientación analítica del elector racional, ya que se interpreta el menor peso de los mecanismos de identificación como un hecho positivo, esto en relación con un elector cautivo, con escasa capacidad crítica respecto al partido con el que se identifica, estaría apareciendo un nuevo tipo de elector, más crítico, y cuyo principal motivo para la participación política sería la reafirmación de su eficacia como ciudadano para influir en el curso de la política.

Parte de estas transformaciones y sus consecuencias para la recuperación de la confianza nos lleva a analizar el papel de la modernidad y la posmodernidad como elementos que tienen un detonante explicativo en cuanto a la transformación del electorado, en cuanto a esta desidentificación surgen elementos como el votante frustrado; convirtiéndose en una conducta aleatoria, no estratégica, que puede desarrollar un actor cuando sus estrategias posibles no conducen a resultado algunos, y “especialmente cuando la estrategia seleccionada por ofrecer los mejores resultados deja de hacerlo a partir de un momento dado” (Paramio, 1999, p. 2).

La posmodernidad al igual que la modernidad significan la instauración de una cultura extremista que lleva “la lógica del modernismo hasta sus límites extremos” (Lipovestky, 2016, p. 151), las conductas adoptadas posteriormente a la modernidad fraguaron los aspectos de lucha en algunos puntos, por otro lado, hicieron liquido los movimientos, que posteriormente se convertirían en banderas de lucha en el votante. Se trataría de una conducta racional, pero de una racionalidad analgésica, que reduciría al mínimo el coste de la decisión y las expectativas sobre sus resultados. Esta conducta en el votante oscilaría en sus manifestaciones entre la resignación (ante la idea de que cualquier opción es mala) y la agresividad (frente a la necesidad de elegir entre opciones igualmente malas).

Si la interpretación anterior es correcta, la extensión de la desconfianza política en nuestras sociedades sería una expresión de frustración. Los votantes habrían perdido primero la confianza en los partidos a los que habían apoyado tradicionalmente, pero al intentar comportarse como electores utilitarios, calculadores racionales, no obtendrían tampoco los resultados esperados. Ahora bien, la confianza instrumental en los partidos de oposición, normalmente a través de líderes que pretenden encarnar una ruptura con el pasado, puede venirse abajo si estos llegan al gobierno y, tras resultados más o menos exitosos, deben encajar un nuevo episodio de crisis.

La consecuencia esperable es una creciente desconfianza hacia la política en cuanto tal, una desconfianza que combina la resignación (da lo mismo quien gobierne) con la agresividad hacia los políticos (solo se ocupan de sus propios intereses). Solo la existencia de alternativas disponibles puede evitar este efecto de deslegitimación de la política.

En democracias de larga duración, o que se perciben como consolidadas, es relativamente fácil estudiar la desidentificación política como proceso tendencial, y el posible crecimiento de la desconfianza política. Se hace complejo cuando por ejemplo se tiene que analizar democracias en regiones que han tenido inestabilidad política y la democracia ha sido recuperado recientemente.

Muchas de las rupturas de confianza y crisis democráticas en el mundo y en especial en países en vías de consolidación de esta, se deben a rupturas en el marco de la buena gobernanza en el contexto de crisis económicas, desigualdades sociales y corrupción, esto trae consigo un debilitamiento en la percepción de la buena gobernanza de las instituciones políticas y en especial de una crisis en cuanto a representatividad gobernativa, y es que la creciente desconfianza en la política y las instituciones lleva a plantearnos las siguientes preguntas: ¿Que grados de confianza puede permitir a los líderes democráticos (elegidos por los ciudadanos) gobernar con cierta legitimidad popular? O, en otras palabras; ¿con que grado de desconfianza popular es posible gobernar democráticamente una sociedad?

Se hace imperante usar este dialogo de preguntas para poder comprender la cuestión que implica la formación de un grado de confianza en un electorado que cada día desconfía más en las opciones políticas y en los “sistemas partidarios” Jalali, (2017).

Por otro lado, si tenemos en cuenta que la “desconfianza política es un detonante para alentar a la desobediencia civil” (Jiménez, 2013, p. 131). Entonces entenderían las instituciones políticas y sus representantes, la necesidad de fomentar el buen gobierno y la participación ciudadana como vehículo articulador de otras capacidades políticas en la sociedad. Claro está, que, la construcción de confianza por sí sola no va a mejorar la confianza en las instituciones políticas, sin que esto se convierta en acciones concretas y participación ciudadana en colectivos sociales.

Bibliografía
Jalali, C., (2017). Partidos e Sistemas partidários. N. 74. Lisboa. Coordenação Editorial; Relógio D´ Água editores.
Jiménez, J., (2013) Crisis económica, confianza institucional y liderazgos políticos, Sevilla, en Revista Castellano-Manchega de Ciencias Sociales, N. 15, pp. 125-141
Lipovetsky, G., (2016) A Era do Vazio, ensaios sobre o individualismo contemporâneo, Lisboa, edições 70.
Paramio, L., (1999). Sin confianza no hay democracia: electores e identidades políticas., México, D.F., Instituto de Estudios Sociales Avanzados (CSIC). pp. 183-201
Romero, R., (1985), Crisis de legitimidad y crisis económica en el Estado Social de bienestar en Revista de Estudios Políticos Nueva Época, Núm., 48.

1 Una crisis política es básicamente una crisis de legitimidad, siendo que la política es la institución de representatividad por excelencia de una sociedad, donde se ven reflejados sus valores e intereses. El descontento, la desconfianza, la desaprobación o el desconocimiento de los representantes políticos, así como las tensiones, disfunciones y contradicciones que en el seno de la sociedad se han ido acumulando, son algunos ejemplos de potenciales crisis política.



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