Género y Toxicodependencias Una Mirada Interseccional
Artículo públicado: Revista Tareas N. 162, mayo-agosto 2019.
Forma de cita: Escudero, C., 2019, Género y toxicodependencia, una mirada interseccional., Panamá, Revista Tareas, N. 162, mayo-agosto, (pp. 107-126)
Resumen
Las drogas tienen un rol importante en la
construcción del imaginario social de la humanidad, ya que han estado en constante
relación desde sus orígenes exponenciandose en las décadas posteriores al siglo
XX. Los marcos regulatorios y prohibicionistas han hecho del consumidor un delincuente,
sin embargo, los Estados están creando políticas para abordar la problemática las
cuales continúan siendo insuficientes, y más, cuando se trata de entender la
relación entre consumo y género. La interseccionalidad abre nuevos espacios de
entendimiento y análisis frente a ese consumo siempre masculinizado.
Abstract
Drugs play an important role in the construction of the social imaginary
of humanity, since they have been in constant relationship since their origins,
exponentiating in the decades after the twentieth century. The regulatory and
prohibitionist frameworks have made the consumer a delinquent, however, the
States are creating policies to address the problem which continue to be
insufficient, especially when it comes to understanding the relationship between
consumption and gender. The intersectionality opens new spaces of understanding
and analysis against this always masculinized consumption.
Palabras Clave: Género, Toxicodependencia,
Inclusión, Desigualdad, Interseccionalidad.
Key Words: Gender, Drug Dependence, Inclusive,
Inequality, Intersectionality
Introducción
A partir de la década de los años 80, el mundo se
vio abordado por la apertura al consumo de drogas, el cual alcanzó a muchos
países de una manera indiscriminada, abarcando así, a todas las clases sociales.
La heroína dominaba el mercado seguida de la cocaína y la marihuana, todo esto en
torno a un mercado ilícito de las drogas que sobre sus fluctuaciones se tornaba
estable.
Emergieron figuras cuyos trazos se fueron presentando
visibles, en los diferentes escenarios del «mundo de las drogas»; el
toxicodependiente, el traficante consumidor o el consumidor traficante. Nuevas
configuraciones de actores, y nuevos problemas; la droga y la criminalidad, la
droga y la salud, la droga y la inseguridad, la droga y la prostitución. Si
bien, estas nuevas configuraciones no demostraban en su totalidad el fenómeno, tampoco
dejaba claro cuál era el rol de estos grupos sociales.
Con los años, la problemática se fue abordando como
un «circuito cerrado» que demostraba tener un control sobre el cuerpo y la
estructura de género. Es así como el problema del uso de las drogas duras o
leves trajo consigo un cortejo de otros problemas; físicos, psicológicos,
sociales, económicos, criminales, está ya no se aparecía sola ni en un espacio
y tiempo circunscritos, su omnipotencia y omnipresencia se debía entonces y
ahora a las complicaciones ligadas establecidas con otros fenómenos y problemas
sociales.
La droga no es apenas un cuerpo químico que se
infiltra por todo el cuerpo social a través del cuerpo físico, es una
constelación de actores, comportamientos, situaciones, a tal punto
problemáticos, que engendran en la experiencia cultural de su representación
como «flagelo», «mundo», «submundo» con todas sus consecuencias para el cuerpo
social.
La relación interseccional que se desarrolla a
partir de la construcción de lo social, de lo político y lo cultural en el
contexto hegemónico de la toxicodependencia nos lleva a realizar injerencias
históricas para entender las dinámicas étnicas, migratorias, coloniales y socioeconómicas,
particularmente; cada una de las relaciones que se establecen entre las
construcciones del consumo de droga y el género.
El presente ensayo, busca desarrollar un análisis
cruzado entre la teoría de género interseccional y la teoría de las
toxicodependencias, con un mirar holístico sobre las transformaciones que se
han desarrollado en el tiempo. Tenemos que tener en cuenta que las drogas, las
conceptualizaciones y los procesos sociales mudan constantemente, se tienen que
ajustar a las circunstancias sociales, a las dinámicas políticas/jurídicas, y a
las proyecciones de la sociedad en su conjunto. Este mirar a lo interno de la
relación entre drogas y género es un recorrido que aún falta por desarrollar y
que implica nuevas tendencias de comportamientos, donde especialmente los
jóvenes; hombres y mujeres, son los que están liderando las nuevas formas de
entender y percibir el consumo de lo licito con lo ilícito en el terreno prohibicionista
y en el legalista.
1. Construcción social del
fenómeno de la droga.
El consumo de drogas es un hecho que ha estado con el
hombre desde los primeros días en que comienza su andar sobre la tierra;
En un principio el consumo y la producción de drogas tuvieron un proceso
evolutivo en donde en la primera fase estuvo caracterizada por el uso/consumo
de plantas; en una segunda fase, a partir del siglo XIX, el hombre consiguió
aislar el principio activo del vegetal (alcaloide), pero continuaba a depender
de las plantas; en una tercera fase en el final de los años veinte, comenzó con
el surgimiento de las anfetaminas (…) (Dos Santos Ebo, 2008, p.41)
Por primera vez, una substancia psicoactiva es
sintetizada totalmente en el laboratorio, sin precursores vegetales. En los
años ochenta, estuvieron en “boga” las design
drugs. Como podrán ver, el origen del hombre ha estado marcado por el
contacto con las sustancias alucinógenas, ya fuesen sustancias psicotrópicas
como fermentadas (alcohol) entre otras. Es así como, con el paso de los años la
concepción y simbolismo de la construcción social de la sustancia como tal, ha
ido cambiando a través de las culturas.
La construcción de la palabra droga, no se trata de un concepto sino de
una consigna cuyo valor social esta dado por su capacidad para encarnar y
simbolizar el mal (…), el concepto supone una definición instituida,
institucionalizada, que necesita de una historia, una cultura, unas
convenciones, evaluaciones, normas, todo un retículo de discursos entrecruzados,
una retórica explicita o elíptica, siendo que para la droga no se da una
definición objetiva, científica, física (…) De aquí hay que decir que el
concepto droga es un concepto no científico, instituido a partir de
evaluaciones morales o políticas y socioculturales, que llevan en sí mismo la
norma de la prohibición (Muños, 2012 p.27).
De acuerdo con Avilés (2006); “el significado o la
realidad social de cualquier sustancia se encuentra en el contexto en el que
ésta se encuentra, la consecuencia es que una sustancia no tiene una realidad
externa a la percepción cultural que se tiene de ella” (p.69). De la misma
manera Romani (2008) nos dice que; “las drogas tienen un papel estructurante
social y cultural” (p.82). Con esto, entendemos que el sistema que compone el
circuito de la droga es un engranaje muy complejo. Baratta (1991) lo define
como; “un sistema que se autoreproduce de forma cerrada similar a un circuito
autopoiético”[1].
En este sistema, cada grupo de actores depende de los
otros y, a su vez, los condiciona. Por ejemplo; los políticos dependen de la
imagen del problema social y de las actitudes presentes en el público del cual
provienen sus electores, en la selección de las informaciones, los medios de
comunicación de masas dependen de las actitudes existentes en el público y su
demanda de información y confirmación de la imagen que tienen de la realidad, activando
y actualizando tendencias ya existentes en el público y ofreciendo a los
individuos un importante elemento de agregación y de consenso. “Los medios de
comunicación condicionan no solo la imagen de la realidad sino la realidad
misma” (Baratta,1991, p.202). Las drogas cumplen un importante papel en el
proceso de control social, el cual es altamente excluxógenos, y que constituye
un elemento diferenciador entre el consumidor y el toxicodependiente en cuanto
accesos a mecanismos de tratamientos y reducción de daños.
Lo que conocemos respecto a las drogas y el consumo,
así como la construcción de la identidad, están relacionadas al papel que
juegan los procesos de construcción social en el individuo. Conceptos como
crimen, y/o delito, consumo de droga y/o desviación normativa o anomia social,
tendrían que estar desarrolladas de forma particular, puesto que un consumidor
de drogas y/o un toxicodependiente, se tienen categorías y circunstancias diferentes;
mientras el primero, estaría “consciente” del circuito en el cual está
desenvolviéndose y su relación con las drogas estaría medianamente sujeta a un
control social establecido, el segundo, el toxicodependendiente está menos
consciente y más vulnerable, ya que se encuentra sujeto a controles normados
físicos y sociales como los psicofármacos.
Baratta (1991) dice lo siguiente; “existen
innumerables consumidores y adictos que contrariamente al estereotipo
prevaleciente, continúan desarrollando su rol de profesionales y trabajadores
dependientes sin perjuicios ulteriores para su identidad social (p.209). Lo que
entendemos como “control social no tiene que ver exclusivamente con el delito,
existen controles sociales para evitar cualquier tipo de desviación a la norma”
(Romani, 2008, p.85). por otro lado; Nogueira (2002) dice que; “la imposición
del control social a la sociedad y sobre un individuo es para mantener la
cohesión social” (p.34). El control social no es en tanto necesariamente
conservador, ya que puede preservar la unidad social en el ámbito de un
contexto de cambio.
Existen otras formas de expresión de control social
dentro del sistema de las drogas, en las cuales se puede manifestar, por
ejemplo; “el control farmacológico[2]
o el medicalizado[3] del consumidor o
toxicodependiente”. Muñoz (2012) hace referencia, a la construcción de un
determinismo farmacológico, en cuanto al tratamiento de las adicciones, así
como también el control punitivo o judicial, siendo este el más conocido y
tratado en las literaturas especializadas de «sociología criminal» y
«sociología de las drogas».
La ineficacia para el tratamiento del fenómeno de las drogas va más allá
de su instrumentalización meramente represiva y de control, puesto que la
penalización no es un medio útil si una de las lógicas es controlar y resolver
los problemas de la drogodependencia en nuestras sociedades, lo que, por el
contrario, las agrava (Baratta, 1991, p.211).
Otras de las agravantes de la penalización de las
drogas, es que el sistema penal se expone a graves contradicciones internas; de
legitimidad y credibilidad, debido al elevado índice de reincidencias y el
escaso éxito preventivo que son características generales en la intervención de
la institución penitenciaria. Esto, sin solucionar el problema del consumo como
tal.
(Baratta 1991;Muñoz 2012), indican; que el
mecanismo construido socialmente punitivo/judicial de la guerra contra las
drogas en muchos países del mundo, al estilo de los Estados Unidos y su famosa
“lucha contra las drogas”, construye un modelo de prohibicionismo que a la
larga va a generar un determinismo que únicamente contribuye al circuito
cerrado de las drogas, y que, de igual forma solo eleva las expectativas de
eliminar por completo las drogas en una sociedad donde estas forman parte de la
misma.
Llegados a este punto debemos retomar algunas
premisas básicas, y es que, «el problema de las drogas» no son las drogas como
tal, en palabras de (Muñoz 2012; Avilés 2006), sino la relación que se tiene
con ellas. Puesto que existen relaciones “sanas” como, por ejemplo; el de los
consumidores no toxicodependientes, sino recreativos, y relaciones “insanas”
como la que se genera en la toxicodependencia de la sustancia a consumir. Esto
nos debería llevar a considerar que los procesos que entendemos cómo; la
construcción social de la enfermedad, los procesos sociales subjetivos, las categorizaciones
cognitivas y normativas juegan un papel importante en la concepción de esta.
Las enfermedades no existen sin que alguien las reconozca y las defina,
y es que sin el significado social que los seres humanos les dan, estas cosas
no constituyen enfermedades ni morbo, los fenómenos biofisiológicos son los que
utilizamos como base para etiquetar una condición u otra como enfermedad, sin
embargo, los fenómenos biofisiológicos en sí mismo no son enfermedad. (Muñoz,
2012, p.24).
Sucede similar con el delito, el cual un delito no
se convierte en tal, hasta que este sea tipificado y normado en la legislación de
manera punitiva, mientas tanto, sería una cuestión de subjetividades y
percepciones de lo que consideramos correcto o incorrecto dentro del ámbito
legal.
En consecuencia, tenemos que tener en cuenta que,
sin la debida información científica, podemos caer en los errores de una
construcción social de la droga, apasionada por la moralidad, las cuestiones
éticas y no desde un enfoque científico en base a los elementos socioculturales
en los que se encuentra y desenvuelve el sujeto como tal. Esto sin dejar de
mencionar las consideraciones que se construyen en el binomio jurídico/político
de lo legal o lo ilegal, el cual hoy en día ha demostrado que las alternativas
son siempre contemplando la heterogeneidad de axiomas sociales incluyendo los
enfoques de género, el rol de las políticas públicas orientadas en consonancia
con las nuevas construcciones de familia y sociedad, a manera global.
2. Perspectiva de género en
la legislación europea contra las drogas.
Con la puesta en vigor del Tratado de Lisboa en diciembre
del 2009, el panorama de toma de decisiones en la Unión Europea cambió. Uniéndose
el Parlamento Europeo a las dos instituciones en las que se habían decidido las
directrices políticas sobre drogas tradicionalmente; la Comisión Europea y el
Consejo de la UE. Al mismo tiempo, se atribuía carácter jurídicamente
vinculante a la Carta de Derechos Fundamentales de la UE, donde se consagra la
igualdad entre hombres y mujeres y prohíbe la discriminación por razón de sexo.
Así, la comisión adoptó en el año 2010 la
Estrategia para la igualdad entre hombres y mujeres y la Carta de la Mujer, en
la que se compromete a incluir la perspectiva de género en todas las políticas
y a adoptar medidas específicas para promover la igualdad entre hombres y
mujeres.
En la medida en que se ha ido configurando el
proceso de la UE, paralelamente, han evolucionado las políticas públicas de las
mismas, “estas se abren a marcos teóricos que permiten una ordenación
tipológica” (Arana et al, 2012, p.11), de esta manera se hace posible un
análisis empírico de este tipo de políticas en cuanto que permite un primer
proceso de definición de problemas y de acceso a la agenda pública de actuación,
con posterioridad, un proceso de negociación y, en tercer término, la
articulación de escenarios organizativos y de gestión.
Cuando nos referimos a la construcción y posterior
vinculación de políticas públicas con enfoque de género, relacionadas con la
toxicodependencia debemos considerar primero la categorización sociocultural
del constructo de género, el cual es un concepto que surge desde la idea de que
lo femenino y lo masculino no son hechos naturales o biológicos, sino construcciones
culturales, (Arana et al, 2012; Tarrés, 2013). La historiadora estadounidense Joan
Scott, lo define como “un elemento constitutivo de las relaciones sociales
basadas en las diferencias percibidas entre los sexos y es una forma primaria
de relaciones significantes de poder”[4],
(Arana et al, 2012, p.11), de esta forma el género es y seguirá siendo una
construcción cultural.
La integración de una agenda política pública con
integración de género y toxicodependecias en la comunidad europea ha estado con
poco éxito, sin embargo;
El tratado de Lisboa[5]
ha marcado un hito en cuanto a la referencia en Políticas Públicas en materia
de integración de género a nivel comunitario, puesto que el mismo incluye el
tema de la igualdad entre hombres y mujeres entre las características a las que
las sociedades de los Estados miembros deben aspirar, comprometiéndose a
fomentar la igualdad. (Arana et al, 2012, p.12).
La firma del tratado de Lisboa supuso un impulso a
la legislación relacionada con el respeto a los derechos fundamentales al
atribuir el mismo carácter vinculante a la Carta de los Derechos Fundamentales
de la UE que a los tratados. Si bien, hasta bien entrado los años ochenta
existían importantes divergencias en el seno de la Comunidad Europea respecto a
la política a seguir en materia de drogas, ya que las políticas variaban
fuertemente de un Estado a otro, no había una política común, las estrategias
fluctuaban en función de las situaciones y las tradiciones culturales
particulares, entre unas políticas limitadas a la represión y otras limitadas
al aspecto médico-social, con fortuna también muy dispares. Siendo así, que a
principio de los años noventa el parlamento europeo designó una comisión de
investigación para analizar el aumento del crimen organizado relacionado con el
tráfico de drogas.
La actual estrategia europea de lucha contra las
drogas 2017-2020, recoge el marco y las prioridades, que se basan en los
principios fundamentales del Derecho comunitario con el consiguiente respeto a
la dignidad humana, la libertad, la democracia, la igualdad, la solidaridad, el
Estado de derecho y los Derechos Humanos.
Sin embargo, esta estrategia tiene algunas
falencias, Arana et al, (2012) menciona que, intentar compaginar los principios
fundamentales del Derecho Comunitario como el respeto a la dignidad humana, la
libertad, la democracia, la igualdad, la solidaridad, con los principales
instrumentos jurídicos para abordar el problema de los estupefacientes es una
tarea, por lo menos, llena de contradicciones que evidencia una visión
ideologizada del fenómeno social de las drogas.
Hay que tener en cuenta que la cuestión de género
en la agenda europea en materia de toxicodependencias es relativamente nueva,
las cuestiones mencionadas sobre los derechos fundamentales del hombre y la
mujer en la Estrategia Europea de Lucha contra las drogas, en el artículo 168[6]
del tratado de Lisboa (antiguo art. 152), están ubicadas en la agenda de salud
pública. Sin embargo, la estrategia europea en ningún momento hace mención de
la cuestión de género y la referencia al alcohol, el tabaco y los medicamentos,
siendo colateral. Sólo están presentes en el ámbito de la reducción de la
demanda, porque las medidas encaminadas a este fin deberán tener en cuenta los
problemas relacionados con la salud y las pruebas sociales provocadas por el
consumo de sustancias psicoactivas ilícitas, y de múltiples drogas, en
asociación con sustancias psicoactivas lícitas; el tabaco, el alcohol y los
medicamentos.
Hasta la fecha se han puesto en marcha dos Planes
de acción cuatrienales, uno, desde el 2005 hasta el 2008 y otro, entre el 2009
y el 2012, (en vigencia el Plan Estratégico 2017 hasta el 2020). Si bien, en la
actualidad la situación en materia de inclusión del tema de género no ha
variado mucho, y sigue siendo una exigencia, esta, “se torna mucho más compleja
si aunado, lo relacionamos al consumo de toxicodepencias” (Arana et al, 2012, p.14).
Persisten elementos ideologizantes del fenómeno
social de las drogas, ya que la referencia a las mismas, a los medicamentos, al
tabaco y al alcohol que se enmarca en el Tratado de Lisboa en el ámbito de la
salud pública, hace la mención a los medicamentos entendidos éstos como
sustancias empleadas para usos terapéuticos, al tabaco y al alcohol en
concreto, y emana un mensaje que da a entender que las drogas son algo
diferente al alcohol y al tabaco, sobre todo, si lo contextualizamos con el
art. 83 del Tratado de Lisboa, situado en el Capítulo 4 (Cooperación Judicial
en materia penal), donde se hace referencia al tráfico de drogas, relacionado
con las sustancias incluidas en las diversas listas de los Convenios Internacionales
en materia de drogas tóxicas, estupefacientes o sustancias psicotrópicas.
Este proceso de separación de la perspectiva
científica por la ambigua y ambivalente perspectiva jurídica (legal-ilegal),
además de generar dudas, incertidumbres y confusiones, contribuye en gran
medida a extender la idea de que el alcohol, el tabaco, o los fármacos no son
drogas, porque éstas se equiparán «generalmente» con las sustancias denominadas
ilegales y, por tanto, se justifican con mayor facilidad, inercias, donde la
estigmatización hacia las personas consumidoras adquieren un protagonismo
primordial capaces de someter las políticas de salud pública a las necesidades
generadas por el denominado populismo punitivo.
3. Género y
toxicodependencia, una mirada interseccional.
Abordar los procesos de las transformaciones
sociales y los roles aprendidos, de lo que es, un hombre y una mujer en el
contexto de consumidores o toxicodependientes, ha tenido, históricamente
miradas desiguales y mucho más, cuando categorías como drogas y mujer se
interrelacionan social, cultural y políticamente en el contexto.
El consumo de drogas por parte de las mujeres es
una realidad, en donde, cada vez “son más las mujeres que están usando drogas
ilegales y rompiendo los límites de lo impuesto socialmente por el patriarcado,
se generan sanciones sociales y rechazo debido a las rupturas en los roles de
género asignados” (Avilés,2018, p.16). Se está creando una nueva forma de
participación de las mujeres dentro de un contexto dominado históricamente por
hombres en el consumo de drogas.[7]
Esta tendencia, había sido señalada a principio de los años noventa por el
consejo europeo exponiendo que “en los últimos años el uso de drogas entre las
mujeres, especialmente, en Europa estaría sufriendo dramáticos cambios”
(Avilés, 2018, p.17).
¿Qué nos muestra la perspectiva de género? ¿Qué drogas consumen las
mujeres?
“Los datos epidemiológicos disponibles nos dicen
que las mujeres consumen en mayor medida que los varones; psicofármacos, tabaco
y alcohol en diferentes franjas de edad varía el consumo” (Avilés, 2018, p.18).
A partir de los años noventa a la fecha, y con el surgimiento de nuevas formas
de consumo de drogas, se han incrementado el consumo de relajantes, sedantes y
esteroides por parte de las mujeres[8],
por parte de los varones continua el consumo mayoritariamente de; marihuana,
opiáceos, heroína, entre otras.
A pesar de los cambios sociales que se producen
desde los años sesenta del siglo XX, y de la incorporación de las mujeres a los
espacios públicos; las mujeres no se están iniciando en la misma medida que los
varones en el uso de drogas ilegales, patrimonio como mencione anteriormente,
de la masculinidad. Hay factores que han provocado cambios en la identidad de
género tradicional, de modo que las mujeres pueden acceder al uso de algunas
drogas ilegales con más libertad y menor rechazo social, que usuarias de drogas
en generaciones previas. Por ejemplo; cuando se ha estudiado el consumo de sustancias
como el éxtasis entre las mujeres, estudios específicos han demostrado cómo las
chicas se incorporan al uso de drogas recreativas en una situación similar a la
de los varones con independencia, usando estas drogas por placer y no
considerándolas desviadas.
Ante esto, las mujeres siguen manteniendo una
percepción diferente y acción frente al riesgo que las protege de los consumos
más abusivos y dañinos de algunas sustancias, y las acerca a aquellas que se
perciben socialmente como “menos dañinas” como por ejemplo el tabaco o el
alcohol. Hemos de pensar que el consumo de drogas ilegales entre las mujeres
lleva consigo una carga emocional de disgusto y “miedo a lo público”, «como una
forma de escarnio» quizás por su rol todavía predominante en nuestras
sociedades como esposa dependiente y madre cuidadora. Avilés (2006) afirma que;
“Usar una sustancia ilegal supone para las mujeres no solo ser clasificadas de
desviadas por sus usos de drogas, sino también por contraponerse a la
definición social de lo que debe de ser el comportamiento «femenino»” (p.80)
Todos estos datos muestran cómo la aplicación de la
perspectiva de género a los usos de drogas presenta una nueva realidad en la
que las mujeres, a pesar de acercarse al mundo de «los varones», sigue manteniendo
estrategias determinadas por los roles de género, y es que se dice mucho sobre
la socialización diferencial que hace a las mujeres más cautas, menos
arriesgadas y situadas en un segundo plano en los ámbitos públicos. Pero esta
perspectiva muestra también consecuencias negativas para los varones, abocados
a una identidad que potencia conductas de riesgo (como la violencia), desde que
son jóvenes. De aquí la necesidad de estudiarlos desde perspectiva de género,
para alcanzar una visión más comprensiva de la toxicodependencia y sensibilidad
a estas diferencias.
Los datos epidemiológicos en la población joven han
ido migrando con los años, hacia una apertura más tolerada de la mujer que bebe
a la par del hombre. Según datos epidemiológicos españoles[9]
aplicados a una escuela de enseñanza secundaria registra que, en ese país, las
mujeres están consumiendo más alcohol a tempranas edades, a una media de
rapidez que los hombres, por ejemplo; los datos arrojaron que jóvenes entre los
14 y 15 años, el 81,9% de la muestra consume alcohol, la presencia aumenta en
edades más tempranas para patrones de consumo intensivo, la media de edad de
inicio de consumo se sitúa en 13,9 años, y a los 14 años, el 63,1% de la
muestra ya ha consumido alcohol, a los 16 años, más de la mitad de los jóvenes
se ha emborrachado en el último año. Dicho porcentaje aumenta con la edad, a
los 14, 15 y 16 años, el porcentaje de chicas que se emborrachan es mayor que
el de los chicos. Este patrón indica que el consumo no solo queda en alcohol,
sino que comienza a estar asociado con el consumo de otras sustancias y drogas
ilegales generando “un policonsumo en la población joven femenina” Avilés (2018).
Estas tendencias que se presentan en muchas
latitudes están llevando a considerar que el consumo de alcohol comienza a
establecerse como un símbolo de reto a la normativa y el estereotipo, siempre
ligado a la masculinidad. Esto es particularmente evidente, en torno a la
conexión entre género y consumo de alcohol en espacios públicos,
tradicionalmente, el consumo público ha sido descrito como una forma de
demostración de masculinidad; una práctica que, descrita en sentido
performativo, pone en valor la representación de comportamientos asociados a la
capacidad de aguante y a la adopción de riesgos. Desde esta perspectiva, los
mayores consumos de sustancias de las mujeres jóvenes en la generación actual podrían
interpretarse como estrategias que reducen las diferencias de género, e introducen
cambios en las interacciones sociales, lo que contribuye a desafiar las
nociones tradicionales de masculinidad y feminidad.
Lo que no está tan claro es que, si, este cambio
que han hecho las mujeres conlleve una mayor aceptación social del consumo de
drogas recreativas o de alcohol. Por un lado, visto como una consecuencia del
incremento de los derechos y libertades y, por ende, en una disminución en la
brecha de desigualdades de poder de las mujeres. Esta es una posición que se
manifiesta paralela a las implicaciones morales que dicho consumo tiene en la
reproducción de discursos tradicionales sobre la feminidad, la forma en que ha
sido interpretado en la sociedad este aumento del consumo intensivo de alcohol
por parte de mujeres ha sido problematizándolo cuando se le compara con el de
los varones, siendo que las chicas que beben «al mismo nivel» que los chicos
están subvirtiendo normas y virtudes de una feminidad “apropiada” proyectada
por la sociedad.
La frase, doing
gender doing drugs[10], señala la
conexión entre identidad de género y uso de sustancias, y probablemente sea
clave en la configuración de la personalidad de la persona adolescente. Una
perspectiva feminista nos ayuda a visibilizar las razones del consumo de las
sustancias, alejadas de su carácter legal o ilegal, y nos acerca a las
conductas de riesgo y los posibles daños desde el punto de vista de la salud
pública. Puede que las chicas estén redefiniendo el sistema de género a través
de prácticas relacionadas con el consumo de drogas en entornos recreativos y
sobre el alcohol, y es que los cambios en los patrones de consumo de drogas
están contribuyendo a revelar toda una serie de rupturas de género hasta el
momento definidas y consolidadas socialmente.
Tomando en consideración el análisis de las
rupturas teórico-conceptuales de género, en la cual Joan Scott establecía
diferenciaciones por cuestiones culturales y normativas de conductas históricas
de dominancia, del hombre sobre la mujer. Es necesario, mirar con más
profundidad las nociones actuales de identidad de género, así, como el papel
que ocupa, en las ciencias sociales, puesto que la definición es muchas veces
incierta, debido a que abre debates de gran interés al remitir a diversas
teorías y contextos sociales que relajan a una visión única.
Tarrés (2013) nos dice respecto a esto, que; “los
postulados que haría Scott simplifican las cuestiones de identidad, al excluir
la dominación de; clase, etnia o la experiencia de dominación colonial y de
dependencia que en muchas sociedades marcan la identidad y sexualidad de los
sujetos” (p.13). A partir de aquí es donde comienza a operacionalizar el
dialogo entre la interseccionalidad[11],
como una forma de interpretar estas conductas en la relación existente entre la
dominancia del patriarcalismo historicista que Scott habla, hacia la
construcción de una dialéctica correspondida, en cuanto a elementos de
discusión de la teoría de género y la teoría feminista desarrollada hasta la
fecha.
Esta interseccionalidad tiene la virtud de poner de manifiesto las
diferentes fuentes estructurales de desigualdad, que mantienen relaciones
reciprocas, es decir, que no se puede afirmar que una categoría explique
totalmente la experiencia particular, ni tampoco que un organizador social
prime sobre otro. (De Miguel Calvo, 2016, p. 534)
Aunque la aproximación interseccional ha sido por
un lado más intuitiva que explicita, diversos trabajos han puesto de manifiesto
en especial atención a las mujeres encarceladas por tema de drogas, las cuales,
habitualmente han experimentado múltiples formas de exclusión social anteriores
a su encarcelamiento. Por ejemplo; antes de que el estigma de la criminalidad
fuese imputado, estas mujeres estaban ante elementos de vulnerabilidad
sistemática como el tratamiento por etnia, raza, estrato social, condición
socioeconomía entre otras situaciones que han provocado que se cimente mucho
más las estructuras de desigualdad entre ellas.
Frente a este contexto autores como Giacomello
(2013) afirman que; “cada vez son más las mujeres que se insertan en los
circuitos del tráfico de estupefacientes como consumidoras, vendedoras al
menudeo y transportistas locales” (p.1). Esto tendría una explicación
estructural en cuanto a que muchas mujeres se ven en la necesidad de entrar al
mundo de las drogas más que por una cuestión de consumo por una cuestión de
necesidad ante la creciente “feminización de la pobreza” y el aumento de los
hogares monoparentales a jefaturas femeninas.
La interseccionalidad no solo juega un rol
importante en el análisis de las relaciones de dominación en su conjunto, sino
que es aplicable a una amplia gama explicativa en donde las cuestiones de poder
son implementadas frente al otro, «este otro, casi siempre mujer» por ejemplo,
en terrenos carcelarios en donde los datos indican que el número de poblaciones
de mujeres aumento en las últimas décadas, viene siendo un indicativo para
tener en consideración en estos análisis.
Entre 1984 y 2003, en Australia se han registrado un aumento en el
encarcelamiento de hombres, 75%, mientras el encarcelamiento de mujeres se ha
incrementado en un 209%. Tendencias similares se han registrado en México,
Colombia, Kenia, Kirguistán, entre 1994 y 2004, y en un número de países
europeos, como; Chipre, Estonia, Finlandia, Grecia, y los Países Bajos en el
mismo periodo (…) alrededor del 28% de las mujeres en reclusión en los países
europeos se encuentra por delitos de drogas. Los porcentajes más altos se
registran en Tajikistan (70%) y Latvia (68%) y el más bajo en Polonia (3.1%).
(Giacomello, 2013, p.12)
Una investigación de la Unión Europea sobre mujeres
en prisión[12] realizada en seis países
(Inglaterra, Gales, Italia, Francia, Alemania, España y Rumania), muestra cómo
las características sociales de las internas coinciden en todos los países
estudiados:
Un alto porcentaje de las mujeres criminalizadas no tenía seguridad
económica antes de su detención, nunca había trabajado o se había desempeñado
en trabajos mal remunerados con ninguna seguridad social; no tenía vivienda
segura, en general poseía un nivel escolar bajo, era de origen extranjera o de
alguna minoría étnica y había sido víctima de violencia física y/o sexual por
hombres de su familia o extraños. (Giacomello,2013, p. 12)
También se resalta, cómo, en varios casos las mujeres
han sido inducidas a cometer el delito por el hombre que cometía violencia en
su contra.
En América Latina la cuestión no cambia mucho,
puesto que en América Central el promedio de mujeres en prisión corresponde al
5% de la población penitenciaria. En países como Costa Rica el porcentaje
asciende a 7.4%, mientras que el país con el índice más bajo es Belice (2.4%).
Los países con más mujeres en prisión por temas de drogas en términos absolutos
son: México (más de 10,000) y El Salvador (alrededor de 2,000), en la mayoría
de los países del Caribe el número de mujeres en prisión es inferior a 50, con
la excepción de la República Dominicana, Haití, Jamaica, Puerto Rico y Trinidad
y Tobago, en Panamá el 72% de las mujeres detenidas están relacionadas por
delitos con drogas. En América del Sur, el porcentaje de mujeres en prisión es
alrededor del 6% de la población penitenciaria.
Bolivia y Ecuador tienen los porcentajes más altos,
13.4% y 10.7% respectivamente. La gran mayoría de estas mujeres están acusadas
de delitos de drogas, aunque escasamente son las protagonistas del tráfico.
De esta manera, podemos entender cómo los procesos
sociales, culturales y políticos tienen representatividad en el estudio de la
relación con las drogas y el constructo social de la mujer, puesto que las
tendencias históricas han representado sobre la mujer, los estereotipos y roles
de desigualdad social y discriminación en el contexto de las drogas. Sin dejar
de mencionar frente a la hipersexualizacón y dominancia del cuerpo[13]
ya de por si estigmatizada social, cultural, racial y políticamente.
El problema social y las medidas punitivas para las
mujeres, se ha producido en la medida en que el consumo de sustancias ha
quedado fuera del control medico y jurídico, a este respecto, también afirma;
que el concepto de droga no responde tanto a una clasificación científica sino
más bien a evaluaciones morales y/o políticas, en donde el imaginario social la
mujer esta habitualmente conectada con la esfera sexual, por lo cual las
usuarias de drogas son vista como “mujeres caídas” y por tanto, malas mujeres y
malas madres” (De Miguel Calvo, 2016, p.532).
En este punto debemos considerar los siguientes
aspectos en el desarrollo de las ideas:
que el rol de la mujer ha estado ampliamente
marcado por patrones condicionantes y estereotipos sociales de acuerdo con su rol
como; mujer, cuidadora y madre de familia, que la mujer y el hombre en las
políticas públicas a nivel macrosocial no han estado en la misma frecuencia en
cuanto al papel que corresponden, en el plano de ejecución de políticas
pensadas integralmente, sino, que reposan sobre hechos específicos como la
salud, la maternidad y el cuidado familiar. Por otra parte, que debemos
considerar, que un analisis de políticas públicas de forma interseccional debe
llevar una revisión holística e historicista en los papeles que la mujer esta
fuertemente representada en cuanto a la desigualdad, pobreza, etnicidad,
exclusión social, migración, acceso a la salud, entre otros.
Partiendo de estos principios tendremos un enfoque
amplio respecto a una mayor integralidad en cuanto a políticas en tema
relacionados con el consumo de drogas y género, porque el entendimiento de los
fenómenos no estaría sujetos a posturas ideologizadas por la moralidad, tampoco
dominadas por posturas jurídicas ambiguas (legal/ilegal), sino, por conceptos elaborados
a partir de un conocimiento científico y un análisis interseccional de los
hechos.
Conclusión
Hemos visto en estos tres capítulos un repaso por
la teoría sistémica de la construcción social de la droga, la cual nos indica
que la droga cumple un rol, y un propósito social normativizado de control
social dentro de un circuito cerrado y uno abierto, siempre, manteniendo las estructuras
de dominancia en donde predomina el control dentro del circuito cerrado, de
igual forma, hemos visto el papel que tiene la Comunidad Europea en cuanto al
proceso de construcción de una agenda comunitaria para la inclusión de género
dentro de las políticas públicas en cada país miembro, por último, el trabajo
que se ha realizado con la teoría de la interseccionalidad, en cuanto modelo
explicativo de la teoría de género y la relación que esta tiene con la
toxicodependencia, y como ha sido, el rol y el papel de la mujer, en cuanto a
las nuevas formas de interpretar la relación de acceso a drogas más duras y a
un mercado mayormente liberalizado.
Lo que conocemos como drogas legales e ilegales,
así como su consumo y su dependencia son constructos, marcados por las
normativas sociales y culturales de cada circunstancia, que de igual forma, la
criminalización de las drogas y de sus consumidores, no es más que una
valorización moralizada dentro de un plano jurídico, de igual forma, el género
es una construcción social, que los patrones y roles que encierran lo que es «ser
hombre y lo que es mujer», muestran patrones constantes de una historia de
dominancia social, política y cultural, sin dejar de lado que esta dominancia,
busca mantenerse bajo preceptos moralizadores en cuanto a los cánones del papel
de la mujer dentro de una sociedad.
Hoy día, hay más mujeres que consumen drogas
legales, siendo esto una dinámica a estudiar, en cuanto a los cambios en los
patrones de consumo.
El alcohol, el tabaco y los tranquilizantes son las
drogas de mayor consumo entre las mujeres, sin embargo, esto no le resta la
importancia que tiene dentro del sistema social de la droga. El bloque
comunitario hace esfuerzos por implementar en sus agendas de Estado programas y
políticas incluyentes y abarcadoras como la del Plan de Acción de la Unión
Europea en la Lucha contra las Drogas, 2017-2020. Sin embargo, estos esfuerzos
siguen siendo lentos, en la ejecución adecuada de una política inclusiva que no
solo se circunscriban a los temas de prevención y salud, sino también a otros ámbitos
como los de coordinación y trafico de drogas, puesto como hemos visto, las
mujeres están teniendo una mayor participación en cuanto al tráfico, y son
ellas las que al final terminan pagando las condenas y las prisiones por
delitos circunstanciales y estructurales que las empujan a ingresar a este
sector del mundo de las drogas.
[1] Sociólogo, estudiante
de maestría en el Instituto Superior de Ciências Sociais e Políticas ISCSP, de la
Universidad de Lisboa, Portugal.
[1] Baratta (1991), hace una analogía de un
sistema abierto y uno cerrado; en el sistema abierto existe una serie infinita
de disenso y una dinámica de cambio, mientras que en el sistema cerrado; el
mismo se presenta homogéneo y se extiende a la gran mayoría de actores, es un
sistema refractario a las transformaciones y por lo tanto en apariencia más
estable, al contrario del sistema abierto. El sistema cerrado trabaja por medio
de un sistema en donde las estructuras sistémicas están diseñadas para que este
ciclo nunca termine, sino que se mantenga.
[2] ver en Muñoz, Robles Marcos, (2012), “Contra el determinismo
farmacológico; sociología de las drogas y reflexividad”, Concepción, Sociedad
Hoy, núm. 23, pp. 21-31
[3] La intervención médica como forma de control
social estaría buscando limitar, modificar, regular, aislar o eliminar un
comportamiento anormal socialmente definido empleando un lenguaje de médicos,
medios médicos y en nombre de la salud. (Muños, 2012, 24)
[4] Joan Scott
define las relaciones existentes históricamente entre hombre y mujer como una
situación de dominancia en cuanto a construcción de lo que se percibe como
“hombre universal” ver libro; Género e Historia, Fondo de Cultura Económica,
FCE, 2008.
[5] Firmado el 13 de
diciembre de 2007, entro en vigor en el 2009, por el cual sustituye a la
constitución para Europa del tratado constitucional del 2004.
[6] El art. 168, mantiene literalmente la
referencia a reducir los daños a la salud producidos por las drogas, incluidas
la información y la prevención (art. 168.1) y, entre las novedades, se faculta
a instituciones de la UE a afrontar acciones directas de salud pública
relacionadas con el alcohol y el tabaco (art. 168.5), así como se propone la
adopción de medidas para la puesta en práctica de una normativa con el objeto
de controlar la calidad y seguridad de los medicamentos y productos sanitarios
de una manera eficiente (art. 168.4,c).
[7] Todas las drogas,
las legales y las ilegales, siempre y cuando marcando una notada diferencia en
el consumo de unas y de otras, en donde la cultural y lo psicobiológico estaría
entrando en juego.
[8] Balsa, C.,
Vital., C., Urbano., C., (2018). IV Inquérito Nacional ao Consumo de
Substâncias Psicoativas na População Geral, Lisboa, Portugal. 2016/2017. SICAD.
[9] Presente, en la Encuesta Estatal sobre uso de drogas en
estudiantes de Enseñanza Secundaria (ESTUDES), (DGPNSD, 2014)
[10] Ver; Measham, Fiona, (2002), Doing, Drugs;
Conceptualizing the Gendering of Drugs Culture, Contemporary Drugs Problems,
edit. Sage
Journal.
[11] La
interseccionalidad es un término acuñado en 1989 por la activista académica
Kimberlé Williams Crenshaw, en el estudio de las identidades sociales solapadas
o interceptadas y sus respectivos sistemas de opresión, dominación o
discriminación.
[12] European Commission, Women, integration and prison.
An analysis of the processes of sociolabour integration of women prisoners in Europe, 2005,
http://ec.europa.eu/ research/social-sciences/pdf/mip_en.pdf
[13] En palabras de
Michael Foucault, el cuerpo como un referente de la construcción social.
Bibliografía
Avilés, Nuria Romo, 2006, “Género
y uso de drogas: la invisibilidad de las mujeres”, en Monografía Humanitas, Granada, Fundación Medicina y Humanidades
Médicas, Vol. 5, pp. 69-83
Avilés, Nuria Romo, 2018, “Cambios y continuidades en el consumo de
drogas y tóxicos en mujeres y niñas jóvenes”, en Socias, Carmen Orte,
Gordaliza, Rosario Pozo, (eds.), Género,
adolescencia y drogas Prevenir el riesgo desde la familia, Barcelona,
pp-15-22
Arana, Xabier, Montañés, Virginia y Urios, Cristina, 2012, “Género,
drogas y políticas públicas en la Unión Europea: una contextualización
necesaria”, en Oñati Socio-legal Series, País Vasco, v. 2, Nº 6, pp.6-21.
Baigorri, Artemio y Chaves, Mar, 2006, “Botellón: Más que ruido, alcohol
y drogas”, en Anduli, Revista Andaluza de
Ciencias Sociales, Extremadura, Nº 6, pp.159-173.
Balsa, Casimiro, Vital, Clara
y Urbano, Cláudia, 2018, IV Inquérito
Nacional ao Consumo de Substâncias Psicoativas na População Geral 2016/2017,
Lisboa, SICAD.
Baratta, Alessandro, 1991, “Introducción
a una sociología de la droga, Problemas y contradicciones del control penal de
las drogodependencias”, en ¿Legalizar las
drogas?: criterios técnicos para el debate, Madrid, Editorial Popular.
Calado, Vasco, Lavado, Elsa y
Dias Lúcia, 2017, New Psychoactive
Substances and Other Drugs NOS Alive Festival 2017, Lisboa, SICAD.
Da Agra, Cândido, 1998, entre droga e Crime, Lisboa, Casa Das
Letras.
De Miguel Calvo, Estibaliz, 2016, “Mujeres, consumo de drogas y
encarcelamiento, una aproximación interseccional”, en Política y Sociedad, País Vasco, Vol. 53, Nº 2, pp. 529-549.
Dos Santos Ebo, Isabel de
Jesus, 2008, A Geopolítica da Droga. Lisboa,
Universidade Técnica de Lisboa.
Giacomello, Corina, 2013, Mujeres,
delitos de drogas y sistemas penitenciarios en América Latina., International
Drug Policy Consortium.
Gomes, Maria do Carmo, 2006, Modos de Perceção Das Drogas em Portugal:
resultados preliminares, Lisboa, CIES e-Working Papers Nº 18.
Martins, Lúcia Vera, 2013, “A
política de descriminalização de drogas em Portugal”, en Serviço Social e Sociedade, San Pablo, Nº 114, April /June, pp.
332-346
Muñoz, Marcos Robles, 2012, “Contra el determinismo farmacológico:
sociología de las drogas y reflexividad”, en Revista Sociedad Hoy, Concepción, Nº 23, pp. 21-31
Nogueira, Fernando, 2002, Sociologia da Toxicodependência.,
Lisboa, Instituto Piaget, Coleção Epistemologia e sociedade.
Romani, Oriol, 2008, “Placeres,
Dolores y controles; el peso de la cultura” Torres, Anália, Marques, Ana L. (eds.), en Consumos de drogas, dor, prazer de dependências, Lisboa, editorial
fim do seculo.
Tarrés, María Luisa, 2013, “A propósito de la categoría de género: Leer
a Joan Scott”, en Estudios Sociológicos,
México, D.F, vol. XXXI,
núm. 91, enero-abril, pp.3-26
Torres, Anália, (org.), Maciel,
Diana, Sousa, Isabel y Cruz, Raquel, 2009, Drogas
e Prisões: Portugal 2001-2007, Lisboa, CIES/ISCTE.
Comentarios
Publicar un comentario