Del “gaslight” de Cukor a la manipulación público-privada

























Hasta 1940 el concepto de Gaslight o Luz que Agoniza en castellano, era casi desconocido, quizás solo empleado en los círculos de teatros y cines de la época, la icónica obra de teatro de Patrick Hamilton, que luego sería adaptada para el cine por el director George Cukor, hace referencia a una forma de dominación psicológica extremadamente sutil e imperceptible a simple vista, en donde en primera instancia, para que este fenómeno se desarrolle debe mediar un tipo de abuso psicológico como instrumento principal, en donde se emplearía; la desinformación, la falsedad, el engaño, la manipulación de la realidad, haciendo ver a su víctima elementos y acontecimientos que no ocurren, como si estos estuviesen sucediendo realmente.

Tal es el plano de convencimiento de la persona que desarrolla el engaño, que convence a la otra parte, aprovechándose en general de algún grado de vulnerabilidad emocional y del establecimiento de algún tipo de empatía afectiva entre la víctima y el victimario.

El filme de 1944, protagonizado por la talentosa Ingrid Bergman, es una alusión directa y clara sobre un tipo de violencia, violencia que hoy en día se convierte en moneda corriente y que quizás, ni siquiera reparamos en ella, (como el micromachismo, el cual es válido para todos/as, de alguna forma u otra). En el caso de gaslight su mayor efectividad, recae cuando media la confianza, cuando se tiene una creencia en algo o en alguien o como diría Marx Weber, cuando se legitima una confianza mediante la acción. Para que la persona sea víctima del gaslight, en primera instancia debe confiar y creer en el otro, la confianza no necesariamente ha de ser una confianza ciega, con que el sujeto consiga que la otra persona logre confiar en gran parte de lo que se le dice, es suficiente, ya entonces pueden entrar otros tipos de elementos, sociales, culturales, económicos y políticos en juego, todo dependiendo de que tan “hábil” es la persona en cuanto a manipulación se refiera y que tan manipulable sea la víctima en cuanto a receptividad y que tan empáticamente esté vinculada con el victimario.

Normalmente este tipo de violencia se regocija de espacios privados, domicilios domésticos, espacios en general poco públicos, no necesita de terceras personas para que validen ni destruyen la treta que se monta, es por eso, que en general, es muy común que esto se dé en parejas y matrimonios, así como personas cercanas, en donde el control y la manipulación pueden lograr escaladas que podrían terminar en desgracia generalmente.

El fenómeno a nivel público ha sido estudiado de forma diferente, ya no tanto como un asunto doméstico, o una cuestión individual, sino macrosocial, las estructuras sociales, culturales y económicas en la que se desenvuelve la manipulación pública deja mucho en que pensar.

Hoy día se hace prácticamente difícil no aceptar y engullir medianamente gran parte de los acontecimientos generados en los medios de comunicación como: la tv, la radio, el internet o las redes sociales, en donde somos víctimas complacientes las 24 horas, los 7 días de la semana, los 365 días del año.

Nuestra percepción de la realidad ha sido mediada y moldeada en un continuó histórico, que no ha sufrido grandes alteraciones con los años, lo cual digerimos y replicamos. Pensar en el hecho de que a veces creemos convencer a nuestro circuito de allegados, por medio de ideas, interrogantes y demás elementos, nos podría alentar a internalizar el asunto de que podríamos cambiar la opinión de terceros mediante la argumentación, el diálogo y en el peor de los casos mediante la manipulación, el chantaje o la fábula. El hecho es que, al ser un fenómeno psicológico mediado bajo condiciones particulares, el gaslight como asunto público se tornaría un poco difícil de controlar en espacios no controlables. Ya de por si habría que competir con los demás instrumentos de manipulación como los medios de comunicación, las redes sociales y las infinidades de fakenews que abundan en nuestro circuito de allegados, los cuales, sin limitación alguna, también intentarían moldear, transar o intercambiar sus impresiones, siempre con la finalidad de obtener una aprobación y legitimar su argumentación mediante el convencimiento, casi siempre a partir de terceros.

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