MIRADAS DETRÁS DE LA MASCARILLA
En marzo
nuestro mundo tal cual como lo conocíamos tomó un giro de timón, con el cual se
consideraba poder detener un virus que recorría el mundo y que llegó a Panamá
entre los primeros meses del año. Las medidas implementadas por el gobierno
fueron similares a las seguidas por otros países, con la salvedad que aquí se
implementaron algunas restricciones como la movilidad por sexo y hora
dependiendo del último número de la cédula. La poca información sobre este
virus nos ha llevado a cometer errores, muchos culpando la inexactitud de la
OMS/OPS sobre sus respuestas, pero debemos tener en cuenta que esta es una
variedad del virus de la familia Coronaviridae, nueva para el hombre y
aunque llevan décadas en el ambiente, en una acción zoonótica viralizó en pocos
meses a media humanidad, mostrándonos lo frágil que somos ante un ser diminuto
en toda nuestra elaborada y compleja red societal y comunitaria de la cual nos
enorgullecemos como especie.
Nos
volcamos y retrajimos a una burbuja social dentro de la cual muchos ya estaban
y se encontraban privilegiados dependiendo de su situación socioeconómica y
ubicación geográfica. Las medidas que al principio serían aplaudidas por la
mayoría, posteriormente se volcarían a socavar la confianza de una luz al final
del túnel. Mientras medio mundo vuelve a una “ilusoria normalidad” el
confinamiento sigue dilatándose en nuestro país, con el pasar de las horas,
días y semanas. Son más de 5 meses de confinamiento y las horas de libertad se
han trasladado de las dos horas por día, seis por semana para algunas y cuatro
para algunos, a una amplitud de 14 horas por día, 38 horas por semana, 152
horas por mes. En algo estos números podrían refrescar un sentimiento de tiempo
y libertad, aunque ambos son relativos.
Con esta
“nueva libertad”, las calles se han vuelto a llenar y la vida social comienza a
retornar lentamente, dicen que una mirada te puede decir mucho y siendo que es
lo único que podemos ver con los cubrebocas puestos, se reduce a aprender a
entender el gesto de cejas, el movimiento de ojos y recordarnos que al menos
que lo menciones nadie podrá ver tu sonrisa detrás de la mascarilla. Si antes
nos costaba entender el hablar de algunos ahora tocará prestar más atención y
quizás volcarse interpretativo en el lenguaje que en muchas ocasiones se hace
difícil, pero menos dejar de comunicarnos como sujetos sociales.
Las veces
que he tenido que movilizarme, he podido percibir en los ojos de las demás
personas; temor, inseguridad y ansiedad (lo mismo que había antes de la
pandemia), y lo he, percibido en diferentes contextos, en donde las miradas se
cruzan, se cuestionan, y se interrogan, pareciera ser que el color de la
piel, la manera de vestir, lo que compres y en qué modo pagues son parte de ese
interrogatorio detrás de la mascarilla.
¿Será que
con esta nueva rutina de entender las miradas dejamos de lado el teléfono, y
buscamos entender los ojos y por qué no el alma de los que en sociedad
convivimos, en un acto de otredad?, o nos volcamos nuevamente a seguir la
rutina dantesca del sálvese quien pueda y no ha pasado nada ni hemos aprendido
nada en estos meses de confinamiento.
Decía un
sociólogo panameño que las miradas son como ese terreno en que se cruzan los
aspectos más íntimos del sujeto social, sostener una mirada, intercambiar un
gesto no solo invita al abordaje sino a una interacción distante y curiosa que
en estos tiempos se hacen recurrentes y en efecto necesarias, ya que hoy en día
los besos y abrazos se han vuelto mortales, una mirada cálida y “sonriente”
nunca está más. Al final no somos desconocidos, sino sujetos por conocer.
Publicado en:
https://www.panamaamerica.com.pa/opinion/miradas-detras-de-las-mascarillas-1170951
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